Thursday, November 12, 2009

El regreso de los imbéciles

Para ser justos con la táctica retórica de El regreso del idiota, que denomina “idiotas” a sus antagonistas, habría que abrir otro apartado que describa a la contraparte dialéctica y adjetivarlo con otro insulto gratuito. En esta reseña, por eso, la palabra “imbéciles” se usará para referirse a los autores de este libro, Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa. Este último es hijo de otro “imbécil”, Mario Vargas Llosa, quien ha redactado el prólogo.

A medio camino entre la tirilla cómica y el panfleto de derecha, el libro es un caso lamentable de ceguera ideológica que, como suele suceder, nubla cualquier tipo de aportación interesante que parecería despuntar. Ataca a Hugo Chávez, Evo Morales y otros (en nombre del sentido común), y les rehúsa la posibilidad de haber hecho siquiera alguna cosa fructífera en sus vidas. La crítica principal (y válida) que se hace del “idiota latinoamericano” es que recurre al populismo y a la demagogia para llevar a cabo sus fines políticos. La mirada, no obstante, es tan menguada que no puede definir bien lo que son sin duda problemas reales y deriva en el panfleto populista que critica.

El libro tiene la intención de enfurecer. Enfurece, sí, pero por la informalidad con que despacha los temas que trata. Aunque muchas de sus observaciones y revisiones son pertinentes, las maneja con esa mezcla de prisa e irreverencia, imprecación y falta de información, que caracteriza al adolescente avispado pero mal informado. Pinta, con una paleta de telenovela, caricaturas propias de la literatura sicológica de supermercado (personajes megalómanos, frustrados) en vez de entender procesos históricos, diferir sesudamente y proporcionar alternativas.

Los autores sugieren que los indígenas perseguidos y las víctimas de la dictadura militar son todos unos envidiosos. Este reduccionismo flagrante es una especie de chiste preescolar. Los “imbéciles” afirman además que Latinoamérica nunca vivió la experiencia directa del fascismo, que pensionar ancianos es un síntoma del populismo, que Tony Blair era socialista, que McDonald’s es un restaurante de proletarios, etc. Ofenden, para colmo, a la larga y prestigiosa tradición de comediantes ingleses al sostener que Mr. Bean es norteamericano. Ni eso verificaron. Realmente, con algunas excepciones, es difícil argumentar algo en contra del texto: la opinión (adornada de chismes y diminutivos) predomina más que el argumento.

El libro es cumplidamente inconsecuente: dice, para defenderlos, que los capitalistas son filántropos, pero ataca la filantropía en otra parte. Critica a Compte por negar la existencia de derechos individuales en la página 299, y en la 301 habla detractoramente de los “supuestos” derechos humanos. Para colmo, cuando alguien a quien juzga hace algo con lo que está de acuerdo, lo acusa de inconsistente. Esto es vergonzosamente contradictorio: parece una payasada de Oscar Wilde.

La crítica a Noam Chomsky es, como usualmente pasa, anodina; le dedican más argumentos a atacar al futbolista Diego Maradona que a polemizar con un pensador de peso completo. Mario Vargas Llosa tampoco pierde la oportunidad de hacer el ridículo atacando a Harold Pinter en el prólogo. Pinter es un autor, escribe el peruano, de “espesos dramas experimentales raramente comprensibles y sólo al alcance de públicos archiburgueses y exquisitos, y demagogo impresentable cuando vocifera contra la cultura democrática”. Aquí se encierra una inmensa ironía. Cuando Vargas Llosa escribía novelas con valor literario, hace ya varias décadas, producía, precisamente, “espesos textos experimentales raramente comprensibles, solo al alcance”, etc. Hoy en día, a este pensador de segunda no se le ocurre nada mejor que atacar al mejor dramaturgo inglés del siglo XX en el prefacio de una antología de opiniones firmada por su hijo y sus amigotes. El caso no podría ser más grotesco.

Por otro lado, el libro está mal estructurado: el capítulo “¿Todos vuelven?”, en la mitad, parece haber estado diseñado para ser el primero. Contiene una síntesis, a manera de introducción, de los argumentos y hasta breves definiciones de términos, indispensables para lectores laicos. Descuella también la gran cantidad de repeticiones. Los punchlines aparecen repetidos en múltiples ocasiones, siempre con el candor de un primer descubrimiento. Quizás esto se deba a que son tres los “imbéciles” que escribieron el libro; por lo visto, entre las cosas que no han leído están sus respectivos ensayos.

La prisa hace que esta censura a la “nueva izquierda latinoamericana” se muestre laxa. Los chistes tampoco son muy cómicos. El lector interesado en encontrar una crítica seria a los gobiernos en cuestión deberá buscar en otra parte.

6 comments:

  1. Me gustó esta reseña. Me encantaría leer alguna de alguna obra que no te guste.

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  2. Pero si esa no me gustó. No estaba claro??

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  3. Saltando de blog en blog llegué hasta aquí (eso me pasa por no discriminar), y vaya, después de lo leído me encontré que el idiota y el imbécil resulta que eres tú, Erendiro, todo junto. Una de esas almas estalinistas que pululan por la isla. Grave cola-cao mental es el que tienes y se nota que estás muy perjudicado por no digerir lo que lees.

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    1. Anonymus, no eres tú acaso del grupo ese de hackers electrónicos?
      Lo de estalinista me deja patidifuso. Estalinista? Come on!

      Suerte, viejo!

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    2. Anonymus, no eres tú acaso del grupo ese de hackers electrónicos?
      Lo de estalinista me deja patidifuso. Estalinista? Come on!

      Suerte, viejo!

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